miércoles, 17 de noviembre de 2010

La Muerte Niña - Principio de incertidumbre [part 3]

Al recordar la cita que tenía a esa hora, Albert se apresuró a cruzar el parque zigzagueando como las abejas entre los nogales. Se dirigió a la cafetería. Eran las ocho en punto en su reloj cuando se aproximaba a la puerta. A su paso encontré algunos rostros familiares, estudiantes, conocidos; luego se sentó en una de las mesas del centro. La caminata lo dejó exhausto: durante el recorrido practicaba su discurso para el próximo congreso de física. Hacía varios meses que estaba absorto en su proyecto. Pidió un café y comenzó a beberlo a sorbos mientras esperaba al otro de la cita. Su pensamiento se acomodó de forma precisa. Entonces se puso a escribir sobre los pequeños espacios libres que quedaban en las hojas.

Las voces se multiplicaban por los ecos del salón y a pesar de la cantidad de gente en la cafetería, para Albert el murmullo era música suave. Pasó un buen rato y el sujeto en cuestión no aparecía. Sacó algunas monedas del bolsillo para pagar el café; el mesero se las llevó. ¿Era a las ocho o a las ocho y media? Una noción que el tiempo alteró facilmente. No recordó el tema que tratarían. Esperó, nadie llegó a su mesa. De nuevo, dejó unas monedas junto a la taza para pagar el café y salió dispuesto a seguir los andadores de regreso. Tenía la superstición de recuperar una idea al repetir sus últimos pasos. Esta vez, no sucedió así.

El bar también podía ser el sitio de la cita, por eso se encaminó hacia allá. Sólo dos cuadras lo separaban y pensó que no arriesgaba mucho: volvería pronto. Y se fue andando por la acera del parque hasta llegar a su destino.

Albert se decepcionaba por no encontrar a nadie. Mientras, el otro llegó a la cafetería, venía de buscar en el bar y ahora esperaría un rato allí, ordenó un expreso; comenzó a escribir en su pequeña libreta mientras pasaba el tiempo, así no olvidaría las frescas ideas. Tiempo atrás, se convenció a sí mis moque era posible la dilatación de un segundo. Con tan sólo manipular la energía de manera adecuada podría recorrer una realidad paralela no visible.

Después de asegurarse que no estaba adentro del bar, ni siquiera en el baño, Albert emprendó el regreso a la cafetería, no sin pensar que ya era tiempo de irse a casa. Pero la noche era agradable: el aroma de las magnolias provocaba una delicada embriaguez. Siguió el camino dispuesto a hacer el último intento.

El otro terminó su taza de café y se levantó, ahora estaba seguro de marcharse. En ese momento, Albert alcanzaba ya la puerta principal de acceso. Al tiempo, el otro dejaba caer algunas monedas en la mesa; en el último vestigio de esperanza levantó la mirada y vio a Albert solo. En cambio, Albert lo vio entre la gente, la figura del otro sobresalía de los demás. Reconoció de inmediato el rostro completo. Quedó pasmado ante lo que tenía enfrente: era su mismo cabello blanco despeinado, el mismo suéter gris, el mismo saco de pana amarillo. El otro reaccionó tras descubrirlo: Albert era igual a sí mismo, llevaba una libreta en la mano, gastada como la suya. Se quedaron detenidos, callados, de frente, si acabar de meterse el uno y de marcharse el otro.

Reaccionaron a un tiempo, como dos pistoleros que preparan las manos junto a las cachas. No era posible coexistir. ¿Cuál de los dos era el verdadero? Las muñecas giraron rápidamente como expertas pistoleras; con décimas de segundo de diferencia, miraron sus respectivos relojes de pulsera. El más lento, desapareció; y el otro alcanzo a comprenderlo. Aún eran las ocho de la noche en punto.







Ilustración: libro "Momo" de Michael Ende

jueves, 11 de noviembre de 2010

La Muerte Niña - Esos objetos verdes y húmedos [part 2]

A mi hijo le regalaron una en su cumpleaños. Él jugaría con ella por un tiempo para después olvidarla. Qué mente diabólica era capaz de regalar semejante preocupación. Era yo quien tendría la obligación y una tarea más que cumplir aunque no estuviera en condiciones de hacer un compromiso ni tuviera el tiempo para dedicárselo. Por ningún motivo me iba a hacer responsable de la criatura. Era preciso que la cuidara el niño. A la vez mi complejo de culpa amenazaba con provocarme una crisis si no me hacía cargo del pequeño dinosaurio.

Al día siguiente el reptil quelonio se llamó Renela; pensé que era más apropiado para una rana pero las tortugas y las ranas tienen sus semejanzas, especialmente hablando de tortugas de agua. Por eso me gustó el nombre. Si Renela iba a vivir con nosotros y yo quería cuidarla, tenía que asegurarme que tuviera el ambiente adecuado para sobrevivir. Recordé que mi hermana tenía tortugas de agua desde hacía tiempo. Pero como yo no era el responsable, le pedí a mi mujer que le llamara y averiguara si había una lista de instrucciones y cuidados que seguir.

Una piedra de calcio con forma de tortuga, exclusivamente agua de garrafón en su acuario, comida sólo dos veces a la semana(esto último me pareció muy conveniente); ah, y si de pronto notábamos que la tortuga no abría los ojos sería por que el agua era muy dura. En ese caso habría que medicarla, de otro modo la tortuga sería incapaz de ver el alimento y moriría de inanición.

Definitivamente no podía seguir mi vida. La cajita verde parecía como un terrible y muy húmedo problema. Ahora debía vigilar los ojos de la tortuga. No sé cómo, pero al segundo día Renela y su acuario fueron a parar a mi habitación, en el mueble que está entre la cama y la computadora donde trabajo. Le hice una isla con una piedra donde pudiera tomar el pedazo de sol que entraba por la ventana; cuando me acercaba verla se echaba graciosos clavados al agua. A ratos parecía observar el movimiento de mis manos. Cuando nos quedábamos solos en la casa, Renela y yo disfrutábamos juntos el silencio.

Sucedió que los parpados de Renela se pegaron. En adelante tuve que poner gotas medicadas dos veces al día en cada uno de sus microscópicos ojos, los cuales hubo que mantener abiertos para la correcta aplicación. Para saber a quién odiar, traté de imaginar la cara de la mamá que envió con su hija una complicación tan verde, pero nunca la había visto y no me pude formar una idea.

Una tarde se me ocurrió algo trágico, la tortuga podía sentirse sola. Estaba sola. Un cajón de plástico sin más que una isla de piedra. Ni una hoja, ni un espejo donde mirarse. La tortuga podría morir de tristeza: estaba completamente sola. En menos de dos días, me había decidido por comprarle un compañero. Al fin que tratándose de animalillos de cinco centímetros, no podía decir que dos quitaran mucho espacio o demasiado alimento. Tampoco que cuidar a dos sería mayor problema. En cambio, Renela sería feliz.

Así fue que visité al veterinario. Tenían cinco tortugas nadando junto a los peces. Escogí la más grande no sé por qué, tal vez porque era la que parecía haber vivido más tiempo, y por lo tanto mayores posibilidades de supervivencia., supongo. Sospeché en mí el miedo a la muerte. Tan pronto me entregaron la bolsa de plástico con el agua protectora, me dije que el animalito era mío y no de mi hijo como Renela. Le pondría un nombre de mi agrado. Una mascota para mí. Ea la primera, porque no recordaba haber tenido mascotas. Entonces se me ocurrió Cronopio, me pareció el nombre más encantador y desde luego el más apropiado para alguien con quien uno ha decidido encariñarse. Cronopio sería mi tortuga, si es que las tortugas pueden poseerse.

Cronopio llegó a la casa y conoció a Renela. Decidí cambiar el acuario de vuelta a la cocina donde el aire era más cálido, ahora estaba preocupado por el frío del otoño. En cuanto a las vi juntas me desilusioné tan pronto que daba tristeza. Cronopio era demasiado azul y ni tenía la franja naranja en el cuello, sino apenas una mancha amarillo nicotina. Además algo tenía Cronopio que no era tan simpática como Renela; para ser precisos, parecía que no me caía muy bien Cronopio. Pensé en que era una lástima que Cronopio fuera mi mascota en lugar de Renela siendo la segundo más agraciada, pero en ese caso Cronopio era un nombre desperdiciado en una tortuga antipática. Me arrepentí de gastar el nombre tan rápido, sin antes haber conocido mejor a la nueva tortuga. Cronopio, Cronopio, Cronopio. Después de un rato de observarlas, comencé a notar que Cronopio era mucho más nerviosa: a cualquier movimiento en el cuarto, Cronopio pataleaba como una loca y se daba de topes con la pared del acuario; además contagiaba a Renela de su nerviosismo. Les cambié el agua y les puse alimento, pero durante las dos horas en que la observé, Cronopio no comió y tampoco pareció acostumbrase a mi presencia. Estaba muy alterada. No debía juzgarla con tanta aspereza, debía considerar que Cronopio llevaba un tiempo viviendo en la veterinaria de un centro comercial a donde nunca llegaba un rayo de sol. Tal vez en un par de semanas se sentiría mejor.

Cronopio debió sentirse despreciada. Al día siguiente, al despertar, me acerqué al acuario a supervisar la temperatura del agua. No estaba ahí. Cronopio había desaparecido. Cuánto tiempo lograría sobrevivir sin agua. Era imperativo encontrala. Busqué por todos los rincones de la cocina. Detrás del microondas, debajo del mantel, en los cajones. Pudo caer en el cesto de la basura porque estaba muy junto de la barra de la cocina. Busqué entre los desperdicios de fruta, huevo y cáscaras de papas apestosas, sentí cosquillas en la mano y de un salto atrás me alejé tres metros, imaginé una cucaracha, pero no podía dejar inconclusa la búsqueda en el cesto: vacíe el contenido en el piso de la cocina y examiné pedazo por pedazo hasta la última porción. No la encontré. Tal vez el caparazón de Cronopio había estallado al golpear con el piso. Me hinqué y con na linterna apunté hacia los rincones que se formaban detrás de la estufa. El piso estaba lleno de pelusas y casi no podía ver. Busqué detrás y abajo del refrigerador. Era posible que estuviera atorada con un cable o con la tubería del gas. De rodillas, me fui a la sala, porque quizás había avanzado. Abajo de los sillones sólo había juguetes, un zapato, una batería doble a y el bolígrafo que perdí hace tres meses. Pasé horas en la misma postura, recorriendo la sala y la cocina, no busqué arriba porque una tortuga no puede escalar. Pero sí podía rodar por las escaleras hacia el sótano, donde sería imposible encontrarla. De todas formas bajé , miré atrás de las puertas, encontré sólo arañas. Anduve arrastrando muebles, cajas, trapos, discos viejos con el temor de que me saliera un alacrán o una viuda negra y por accidente me picaran. Una telaraña se enredó en mi pelo, manoteé para zafarme. Imaginé una araña encima de mí, sentí comezón en la espalda, piquetes en la pierna.

Han pasado tres días ya y Cronopio no aparece. Mañana saldré de viaje; me voy con la angustia de no haberla encontrado. Para colmo, Renela no se ha movido de una esquina y no sale a comer. Casi no la he visto salir a respirar y cuando meto la mano tampoco se mueve, debe estar triste, es como si fuera viuda. No puedo hacer nada sino esperar. Sólo espero encontrar a Renela viva cuando regrese.

Lo primero que hice al volver a casa fue ir a ver a Renela. Ha sobrevivido pero sigue triste. Compré una tortuga de plástico para que se sienta feliz. Es casi de su mismo tamaño; la encontré un una juguetería cuando comprábamos un rompecabezas para Pablo. Se la puse en su acuario ayer en la mañana. Es del mismo color que Renela. Pero no se mueve y Renela no se le acerca. Una idea terrible se me apareció esta mañana: que Renela podría interpretar uqe la tortuga de plástico es una tortuga muerta porque no se mueve ni come o sale a respirar. Qué pensaría entonces Renela. Si la de plástico es la única tortuga que conoce y ésa esta muerta, entonces puede creer que todas las tortugas de su universo están muriendo y sospechara un destino similar para ella misma. Entonces Renela morirá pronto a consecuencia de esta noción y por imitación de comportamiento. Encima de todo, Renela ha estado muy quiera y al ver a la otra tortuga tan quierta no puede más que imitarle. Pronto mi Renela dejará de respirar.

Corrí a sacar la tortuga de plástico. Luego hice una segunda búsqueda exhaustiva. Como que presentía un Cronopio por los rincones. Los cronopios no desaparecen por completo: no se les ve, no se les tiene pero están allí. Lo que me dolía era que no terminaba, que el círculo no se cerraba, que no había silencio. La incertidumbre, el extravío eran más angustiantes que el conocimiento de una muerte. Pienso en los niños perdido que aparecen en los cartones de leche. Tiene razón aquél que me dijo: alguien debiera decirle a esos padres que su hijo está muerto, por caridad, alguien debía presentarles un cuerpo irreconocible, decirles, ése es su hijo, no lo busque más, ya puede llorar su muerte. Pero la constante espera, la incertidumbre, la duda misma, era insoportable. Al menos muerta pero debo encontrar a Cronopio. No sé si debiera comprar otra tortuga, pero temo perderla también. Además no podría llamarla Cronopio, porque ni siquiera sé si Cronopio vive. No podría resolver porque Cronopio es en sí un enigma. No podría llamar a otra tortuga Cronopio pues qué pasaría si el primer Cronopio apareciera. Además quizá al llamar así a una segunda tortuga estaría condenándola a un destino ya marcado, como el del primer Cronopio, entonces la segunda se perdería igual que la primera, yo compraría un tercer Cronopio y esto sería una carrera infinita. Pronto estaríamos llenos de Cronopios extraviados, cientos de Cronopios emergerían de la alfombra, de la basura, del excusado, nunca podríamos saber al encontrarlos qué número de Cronopio encontramos y por eso en realidad ningún Cronopio sería encontrado jamás. Tal vez el error fue precisamente llamarla Cronopio. Hasta donde recuerdo los cronopios eran seres rebeldes, desordenados. Así son los cronopios. Yo le di el nombre. Sin tan sólo hubiera dejado a un lado mis pretensiones literarias y la hubiera nombrado sencillamente Tortuga, nada de esto ocurriría. Pero quise llamarla Cronopio y no sólo eso, sino que en el fondo soñaba con que su pequeña cantidad de materia hiciera tangible la esencia del cronopio. Y ahora es cierto: se ha materializado o mejor dicho antimaterializado en cronopio.

Para entender lo que está pasando, anoche releí a Cortázar. Nunca me hubiera sospechado cuánto me ha traicionado el inconsciente pues no recordaba que decía "Los cronopios vinieron furtivamente, esos objetos verdes y húmedos". Y más adelante: "Si todavía los cronopios (esos verdes, erizados, húmedos objetos) / anduvieran por las calles, se podría evitarlos / con un saludo: —Buenas salenas cronopios cronopios". Entonces supe; supe cúan equivocado estaba. Era evidente que el Cronopio se iría, que el Cronopio sería todo tristeza verde. Luego sigue "Yo tengo n reloj con menos vida, con menos casa y menos acostarme, y soy un cronopio desdichado y húmedo". Si tan sólo le hubiera puesto Fama, además de ser femenino, porque también dice"Los cronopios, en cambio, esos seres desordenados y tibios, dejan los recuerdos sueltos por la casa, entre alegres gritos, y ellos andan en medio y cuando pasa corriendo uno, lo acarician con suavidad y le dicen: 'No vayas a lastimarte', y también: 'Cuidado con los escalones' ". Y precisamente eso es lo que he encontrado y lo que molesta como cuchillo de palo: el cronopio no se va de cierto, no acaba de irse, se queda transparente y ahueca el alma. Lo busco por los rincones para que me susurre al oído y diga que sigue verde. Pienso en las madres que se vuelven locas cuando pierden un hijo. Insisto en que al extravío es peor que la noción de muerte. El extravío se contagia.

Han pasado tres meses ya. Anoche tuve una idea cuando le conté a Guillermo la historia de Cronopio. Y entonces él, para compartir, contó la historia de Humphry y cómo después de perdido por seis meses apareció. Él hizo lo mismo en un periódico de circulación nacional y le funcionó, a mí también podría darme resultado. Hice veinte letreros diminutos que dicen: "Se busca objeto verde y húmedo de cinco centímetros, responde al nombre de Cronopio, se dará recompensa en especie: queso, carne, pan, etc." Los coloqué por toda la casa, en los rincones más visitados por los bichos. Olvidé incluir a las arañas, pero ya estoy escribiendo uno que dice: "También se darán moscas".

Yo busco en sueños extraviados por callejones oníricos que desconozco. Casi siempre en ellos huelo cosas verdes como algas, cosidad verde y húmeda que nunca alcanzo. Pero de día es peor porque la cosidad la tengo por dentro. Algunos insectos devoran una parte de su prole para asegurar la supervivencia de los otros. Me pregunto si es posible que me haya tragado a Cronopio y ahora mismo está siendo parte de mis pulmones y de la queratina de mis uñas. Hablamos de un quelonio, de un reptil. Somos parte reptil y parte mantis religiosa. Somos Cronopio, cosidad verde y húmeda. "No vayas a lastimarte." "Cuidado con los escalones."

miércoles, 10 de noviembre de 2010

La Muerte Niña (Sinopsis) [part 1]

Diseño de la portada: Manuel Cruz
(no es precisamente la portada aun que si la ilustración)

Con una marcada inclinación por hechos y personajes poco comunes, Carmen Rioja asoma a un mundo escrupulosamente patológico; la muerte y la locura son desenlaces frecuentes, pero en ningún caso sobrados o falsos. No se trata de textos oscuros, cada uno de los cuentos pone en juego una serie de recursos que permiten una interpretación vertical tanto del carácter humano como de la atmósfera que lo limita i libera a la vez.
Gatuperio es una reunión diversa de voces recientes, que evade modelos preestablecidos por los criterios comunes en colecciones convencionales.